Covid

PorDaniella Giacoman

May 23, 2023

Un día después que se declarara en México el fin de la emergencia sanitaria por el Covid, di positiva al Coronavirus en una prueba rápida de antígenos.

Llegó después de mi cumpleaños. Como si todo el cansancio y el estrés por el cambio de casa no fuera suficiente.

Recuerdo que el sábado 6 de mayo empecé a sentirme mal: un cansancio extremo que nunca había sentido y mareos cuando  me ponía de pie o me sentaba.

Por la noche tuve temperatura y sentía lo mismo como el día en que me aplicaron la primera dosis anticovid.

Con la tos constante, vino la flema y  dolor de cabeza intenso. «Ya di el viejazo», pensaba, los 44 años vinieron con todo.

Aunque fue faringitis el diagnóstico inicial de la doctora, me recomendó que me hiciera la prueba por los síntomas.

Además de sentirme muy mal físicamente empecé a deprimirme. De pronto recordé aquella frase de alguien que decía que en algún momento todos nos íbamos a contagiar.

Pensaba que tanto esfuerzo, tanto aislamiento no había valido la pena. Después de tres años invicta, me sumé a la estadística del Covid, que de acuerdo con datos recientes expuestos por la periodista Jessica Rosales, en tres años hubo 192 mil casos positivos de Coronavirus en el estado.

En ese momento, la única persona que sabía era mi jefe quien me recomendó checar si no era Covid y bueno sí fue.

Afortunadamente leve, con oxigenación buena y en casa, pero eso no implicaba que no estuviera triste.

Me quedé una semana sin el sentido del gusto y del olfato. Para mí, que soy de buen diente, fue difícil engañar al cerebro diciéndole lo bueno que sabía la comida. A veces no quería comer. Vaya ni la coca cola me sabía.

Ya no quise salir, aunque no es secreto que salgo menos que antes, pero me asustaba la idea de contagiar a quien viniera a visitarme. No quería salir por los mareos tan intensos.

Y sí, el covid estaba allí. Fue inevitable pensar en más de 9 mil muertes por este virus en el estado.

Por aquellos días recordé muchos casos de amigos que perdieron incluso a sus padres, o a varios miembros de su familia, o personas que no fueron atendidos porque no hubo espacio en las clínicas ni dinero para atenderse en algún lugar particular.

Recordé todo el caos con los tanques de oxígeno, los casos que empezaron en Monclova, en el «wuhan» de Coahuila.

Hoy puedo escribir esto, ya con las secuelas de Covid, pero no dejo de pensar en la gente cercana y no, que batalló con el Covid. Que murió. Que murió sola en una clínica, sin un beso, sin un abrazo, solo a través de videollamadas y con el corazón roto y triste.

O que sus familiares no pudieron darle el último adiós por las restricciones sanitarias. O que simplemente no llegaron a tiempo y se quedaron desgarrados.

Quisiera decir que el Covid a muchos nos hizo más sensibles, pero no puedo hablar por todos, lo hago por mí.

La lección que me deja es que una vez más, nadie tenemos la vida comprada, nadie estamos exentos y lo único que tenemos asegurado es el amor de nuestra familia.

Mis padres y mis hermanas me llamaban todos los días, al igual que amigos más cercanos que, toleraron mi mal humor, mi tristeza y mi impotencia de no poder hacer más. Mis primos Pamela y Ricardo estuvieron también presentes.

Mi jefe Juan de León estuvo al pendiente de mí y eso lo valoro mucho porque él sabe que mi familia está en Torreón, que no era fácil. Se comportó como el tío cercano que todos necesitamos en alguna ocasión.

El Covid me enseñó también la paciencia, esa extraña palabra que no existía en mi y probablemente luego se vaya, pero de momento me ha tocado aprender de ella.  Aprender a esperar, aprender a confiar y sobre todo agradecer a Dios porque no tuve que ir al hospital y no requerí más que antibióticos, suero y mucha agua.

Me quedo con la idea de que el Covid no se ha ido, habrá que convivir con esta enfermedad como quizás una influenza y a no bajar la guardia, porque esto no se ha terminado.

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