El amor propio

Por Daniella Giacomán

¿Cuántas veces hemos escuchado o dicho la desgastada frase: «Te falta amor propio»? y no falta quién quiera arreglarte tu vida sin preguntarte qué sientes, haciéndote sentir peor.
El amor propio no es ir a pintarte el cabello (aunque sí ayuda), cambiar de guardarropa, hacer meditación, soltar corazoncitos a diestra y siniestra en redes sociales o tomar un vino en una noche fría viendo películas.
Ojo, todo eso sirve, claro está, pero desde mi punto de vista, sólo para sentirse bien de momento, para decir: «Esto me lo merezco» o necesito mi espacio, que por cierto es muy necesario.
Pero el amor propio es un acto revolucionario que te sacude desde lo más íntimo; es abrazar aquella oscuridad llámese miedo, inseguridades, soberbia, creencias de la infancia, ideologías inculcadas.
Cuando una mujer decide tener amor propio, sabe que deberá enfrentarse a sí misma, dejar todo lo que no sirve en el pasado, vaciar el cajón de las vanidades y «desnudarse el alma».
¿Será doloroso? Por supuesto. A nadie nos gusta que nos digan en qué nos equivocamos y nos cuesta aceptar que hemos estado todo el tiempo queriendo a la familia, amigos, parejas, pero que nos dejamos al último.
Y nos dejamos de verdad porque creemos que estamos bien, que no pasa nada, que «así soy y la que soporte». La verdad es que nos engañamos y no queremos entender o nos damos cuenta cuando ya sufrimos muchos golpes.
Todo esto lo he pensado en estos días en que retomé mi terapia con la psicóloga. En varias sesiones me he visto quejándome: si yo hubiera dicho, si yo hubiera pensado, si hubiera… si hubiera…
El hubiera no existe y lo que tenemos es solo el presente. Ahora ya con las herramientas, con las lecturas, con la terapia y la actitud de reinventarnos, está la oportunidad de mejorar.
Me hubiera gustado haberlo sabido antes, no a mis cuarenta y tantos. Sin embargo, creo que el amor propio no es llegar a un destino, sino es ir de pie en un tren, sorteando cada una de las estaciones.

 

El espectáculo del envejecimiento

Por Daniella Giacomán

A mis contemporáneas, con amor

Hace unos días recordé una publicación en redes de la actriz Margarita Rosa de Francisco, inolvidable por su protagónico en la telenovela colombiana «Café con aroma de mujer».
Palabras más, palabras menos decía que estaba fastidiada de que le hicieran comentarios negativos sobre su look actual, con canas y unas arruguitas en el rostro.
«Me cansé de ponerme botox y relleno, no me quiero perder el espectáculo del envejecimiento», dijo ella quien a sus 57 años luce bellísima.

Justo al inicio de ese espectáculo me encuentro. Y aunque cada día es una sorpresa para mí, estoy agradecida de vivir esta experiencia.
Dicen que a los 34 años, «ya hueles a viejita». Lo cierto es que según estudios, a esa edad comienza el camino a la vejez, con puntos de inflexión a los 60 y 78 años aproximadamente.

Dejando a un lado las canas que amo como lucen en mi cabellera, me di cuenta de este momento cuando al llegar a una tienda, busqué una blusa y oh sorpresa, ya no veía de lejos -ni de cerca- la talla señalada en el gancho.
¡Qué risa y qué preocupación! Porque hace poco tiempo revisé mi graduación de los anteojos y no había variación. Acerqué la prenda casi a los ojos y por fin vi que era grande. Le atiné al menos.

Al regresar caminando a casa, recordé que también se me ha caido un poco el cabello que bien pudiera ser por estrés, pero no, algo en mi interior me dice que no es eso. Falta revisar qué vitaminas necesito porque no es por estrés o mala alimentación.

Lo que vino a ser la cereza del pastel y de lo que nadie quiere hablar porque-qué-exagerada-eres son esos pequeños desajustes hormonales que anuncian inconfundiblemente el inicio del camino a la siguiente etapa de la mujer.
¡Qué difícil hablar de esto!. Algunas amigas muy cercanas que van a la par conmigo me han compartido su sentir y lo que van descubriendo. Nos contamos los achaques que tenemos, los síntomas, los cambios en el ánimo y nos acompañamos.

Pero es terrible ese desajuste hormonal porque «es como querer salir corriendo, no saber qué hacer», así lo describió una amiga a quien le llamé un día de julio en que me desconocí.
Durante todo el mes pasado mi ánimo fue muy cambiante, que daba miedo. Todo me molestaba, todo me irritaba.. Hasta leer los mensajes de buenos días en el WhatsApp me ponía de mal humor… Perdón..Pasaba del enojo a la felicidad o al llanto en cuestión de segundos. Algo incontrolable.

Conversando con amigas de mi red de apoyo coincidimos en que probablemente son las hormonas: nunca había sentido esa desesperación, ni siquiera hace dos años cuando me separé de mi ex pareja o cuando trascendió.
Lo que he aprendido en esta nueva etapa, es hacerle caso a las nuevas generaciones: hablar de estos temas, tener cerca a personas con quien no solo podamos estar, sino ser; no quedarnos calladas, expresar dudas, no sentir vergüenza y tenernos mucha paciencia.

En mi caso leer sobre el tema y hablarlo me ha ido calmando, además de modificar un poco la alimentación y salir a caminar un ratito por la noche en la cuadra donde vivo. Entender que viene un cambio y armarme de paciencia, porque, como bien dice una querida amiga: en esta etapa hay que volver a conocernos porque somos otras, pero con la misma esencia.

Pd. Envejecer no es sinónimo de dejarse, es aceptar el ciclo de la vida y cuidarse lo más posible.

Diez años sonriendo con el corazón

Por Daniella Giacomán

En julio del 2013, hace diez años, llegó la sonrisa a mi rostro con la cirugía de reanimación facial. Y junto con ella, el llamado a difundir el Síndrome de Moebius.

Esta encomienda le dio un nuevo sentido a la vida: me enseñó a no tenerle miedo a las etiquetas, a vencer algunas inseguridades y adoptar la palabra inclusión como una forma de vida.
Antes de llegar a este punto, me esforcé por ser periodista, estudié comunicación y llegó después la oportunidad soñada de trabajar en un periódico. Aprendí a escribir, a reportear, ser editora y a amar este oficio, pero no maginé ser activista.

Cierta estoy que todos los que tenemos alguna condición distinta nos convertimos en portavoces: una vez que sientes el llamado en tu corazón no hay marcha atrás.
Lo sentí cuando vi por primera vez a varios pequeños con Moebius con sus mamás en el Hospital Gea González, porque este lugar atiende a la mayor cantidad de pacientes con esta condición.
Al abrazar a algunas mamás y ver sus ojitos llenos de esperanza y su preocupación oculta en un nudo en la garganta entendí que era el momento de darle un giro a la vida.

También conocí a adultos moebius con historias de vida muy duras en tiempos donde había poca información, sin internet, sin campañas de concientización, solos…
Muchas veces pensé en cómo abrazar a su niño interior y decirle que todo estaba bien, que era un niño amado, que era bueno, listo, e importante… Así que decidí tomar acción pues ellos también me inspiraron.
Escogí el camino de la difusión. La redacción de notas, reportajes, columnas, conferencias, charlas a estudiantes, ha sido parte de esta labor.

No es fácil para quien escribe, exponer el rostro, hablar en público, aguantar los nervios, el pánico, el desinterés o las burlas. Pero al final del día, sabes que vale la pena porque sembraste la semilla. Ahora con el libro «El milagro y la sonrisa» del sello editorial Amonite es más fácil, pero años atrás había que buscar la manera de atraer al público hacia un tema poco conocido.

La labor también ha sido con los médicos. En la recuperación de la primera cirugía redacté una carta a todos los residentes de Cirugía Plástica del Hospital Gea en esa época invitándolos a sumarse a la difusión y concientización.
La segunda ocasión que pude hablar con médicos o futuros médicos, fue en la presentación del libro en la facultad de Odontología de la UAdeC en Torreón

Lo menciono porque ahí hablé de la importancia de sumarse a la difusión, de comprometerse a la causa porque seguramente algún día tendrán un caso en sus manos y habrá que sacarlo adelante.
En esa ocasión, al terminar la charla, se acercó una estudiante de odontología para que le firmara ocho de mis libros. Sus palabras, que me reservo, fueron hermosas y me llegaron al alma.
Meses después me contactó para decirme que estaba por iniciar una investigación sobre el tratamiento odontológico que podría tener un paciente con el síndrome de Moebius. Lloré dos días seguidos porque seguramente será la primera dentista en Torreón que atienda pacientitos con Moebius y tenga conocimiento del padecimiento… Estas situaciones son las que dan sentido a mi trabajo como activista.

Como lo he dicho en ocasiones, una ya va a la mitad de la vida, gracias a Dios he salido adelante con apoyo de mi familia sobretodo de mi mamá, pero hay que pensar en quienes vienen detrás.
A lo largo de esta década, he trabajado con grandes personas, con amigos entrañables en diversos proyectos siempre encaminados a la difusión.

Así nació Coleccionando Sonrisas, una página de difusión en redes sociales, que nació como un espacio para compartir experiencias e información sobre el síndrome.
Hemos hecho muchas dinámicas en estos diez años involucrando a afectados no solo de México, sino de América Latina, Estados Unidos y Europa.
Una de las que más me ha gustado es cuando pedimos a las mamàs que contaran la historia de sus hijos a manera de compartir la experiencia, pero sobre todo como un ejercicio liberador. Todos esos dìas fueron de llanto reparador, para mí y quienes estamos en ello.

En varias campañas que hacemos cada 24 de enero, Día Internacional del Síndrome de Moebius, hemos tenido el apoyo de todo tipo de personajes, desde cantantes, actores, luchadores, jugadores y otros activistas.
El año pasado pedimos a adultos moebius de México y varios países que grabaran un video corto sobre cuáles eran las dificultades a las que más se enfrentaban y qué aprendizajes habían tenido. Tuvimos muy buena participación.
Sin embargo, la dinámica que surgió en redes sociales identificada por la mayoría #YoSonrioPorMoebius en la que se sube una selfie a con ese hashtag para contribuir a la concientización.

Es de mucha satisfacción ver cada 24 de enero todas las fotos que siguen compartiendo, todo el cariño que ponen a esta actividad. Realmente me siento muy conmovida al ver inundadas las redes sociales con tantas y tantas sonrisas.
Amigos y compañeros, de la primaria, secundaria, preparatoria, universidad y de los periódicos en los que he estado, se han sumado a esta campaña y se han convertido también en activistas del Síndrome de Moebius.

¡Es un honor y un privilegio ayudar a difundir! ¡Yo sonrío por Moebius!

Super Mario Bros y la mirada a la nostalgia

A mis hemanas Sué y Ale que crecimos con Mario y Luigi
A mi sobrina Ginger, que ahora también los conoce

«Mientras estemos juntos nada ni nadie podrá hacernos daño», le dice Luigi a Mario en uno de los momentos cumbres de la película «Super Mario Bros» que se estrenó a inicios de abril.
En ese momento, la emoción contenida se desbordó en unas pequeñas lágrimas, ya no pude aguantar más, extrañé a mis hermanas. Me pregunté en varias ocasiones si yo fui la hermana que esperaban cuando éramos niñas, porque para mí si lo fueron. Aunque muchas veces no se los demostré.

De pronto nos vi a ellas y a mi jugando con la primera consola de Nintendo que tuvimos. Era el primer juego de Mario, todo plano, sencillo, nada de tercera dimensión, ni super poderes, los únicos super poderes que tenía Mario era que nos reunía muchas tardes alrededor de la consola.
En ocasiones nos acompañaba mi papá a vernos «jugar», pero a él le divertía más el «Tetris» : era bueno en ese juego y solo Ale y Sué le daban batalla. Al igual que otro juego de Ajedrez.

Desde el inicio de la película, nos van apareciendo guiños a cada una de las historias que ha vivido Mario y su hermano Luigi desde su lanzamiento en 1985.
Un deleite para las nuevas generaciones y una mirada a la nostalgia para quienes crecimos con los hermanos que atravesaban mundo tras mundo en busca de su princesa, que «siempre estaba en el castillo siguiente».
Es también un abrazo a esa niña interior, a ese niño interior, cuando se encuentra Mario con Toad, el champiñón quien lo lleva a la princesa peach, a esa princesa que conocemos desde hace casi 40 años.

¿Cuántas noches no nos desvelamos desafiando todos los niveles en busca de la princesa? ¿Cuántas veces no nos enojamos porque Bowser, el rey de los Koopa, nos ponía en situaciones muy díficiles?
Pero Mario siempre salió adelante. No lo hizo solo, siempre fue con Luigi, y en el camino se encontró con varios personajes que fueron ayudándolo como el Toad y el recordado Yoshi, que para muchos, es uno de los personajes más entrañables.

Los mensajes fueron claros, la importancia de la relación entre hermanos así como el trabajo en equipo para derrotar al mal.
La necesidad de entender que siempre habrá batallas por lidiar, pero que en lugar de achicarnos, debemos sacar el coraje para vencer.
En los videojuegos así como en la película, Mario adquiere distintos super poderes: por ejemplo cuando se come el champiñón del crecimiento, o cuando se convierte en gatito o cuando toma una estrella y se hace invencible.

Pero el super poder que tiene Mario es el coraje interior, el no darse por vencido, de luchar hasta el final. Eso me parece importante no perderlo de vista.
Por otro lado, la película hace un guiño muy interesante a la música que se escuchaba en la época en que nació el videojuego, con las canciones «Holding for a hero» de Bonnie Taylor y «Take on me» de A-Ha que salieron a la luz en 1984 y 1985 respectivamente.
Y con esa música de los ochentas, nuestros personajes principales acompañados de Donkey Kong, Cranky Kong, entre otros, recorren el arcoiris de la nostalgia en busca de la princesa Peach, hasta llegar al siglo XXI.

De aquellos túneles, bolas de fuego, escaleras en el aire, cajas sorpresa, plantas carnívoras, el reino de los champiñones, batallas con Donkey y Cranky Kong, la maldad de Kamek y muchos detalles más, los personajes caminan hacia los últimos videojuegos de Mario como el Super Mario Bros Deluxe que aparece en la consola más reciente de Nintendo, Nintendo Switch.
Las pistas de arcoiris en tercera dimensión, las carreras de autos con más personajes, la elección de los vehículos (con casco y toda la cosa) van ubicando al personaje en la historia y en los videojuegos que ha superado.

Pero perdonénme.

No he hablado de la princesa peach y de Bowser. En todos los videojuegos siempre tuvimos miedo al rey de los Koopas, pero nunca le pusimos mucha atención. Solo teníamos que vencerlo a como diera lugar. Nunca nos importó, o al menos a unos cuántos, que estuviera enamorado de la princesa y que se agarraría de cualquier artimañana para quedarse con ella.

Pero, ¿quién piensa en Bowser y en su necesidad de amar detrás de todo ese poderoso reino y ese invencible caparazón? ¿Será que siempre hay una historia detrás de cada villano? ¿Será que realmente los villanos son seres atormentados que necesitan un poco de cariño?

Y en otro lado, tenemos a la princesa peach, que fue coronada como soberana de su reina, pero que también le perdió miedo al enemigo y sabe combatir.
La princesa peach no solo es una chica rubia con vestido rosa y un reino, es una princesa que sabe luchar, y que es capaz de encarar cualquier adversidad. Esas son las princesas de ahora, las que cambian los vestidos por el coraje para salir a luchar.