Por Daniella Giacomán
Me ha conmovido enormemente la historia del ahora santo Carlo Acutis. La conocí apenas unos días antes de su canonización, gracias a un especial que hizo una reportera de Grupo Región sobre Carlo y Pier Giorgio Frassati, quienes serían canonizados este domingo 7 de septiembre.
En redes —sobre todo en TikTok— empecé a ver videos sobre su vida, su habilidad con la informática para difundir en internet los milagros eucarísticos y su profunda devoción a la Eucaristía. Me estremecí al descubrir que nació el 3 de mayo de 1991, el mismo día en que yo cumplí 12 años.
Sus fotografías con la familia, en jeans y sudadera, en escenas cotidianas, me lo hicieron sentir cercano. Supe que sus padres son Antonia y Andrea, y que después de su partida llegaron dos hijos más.
Durante años he tenido cuestionamientos hacia la Iglesia católica —no hace falta detallarlos—, pero esto me dio un vuelco al corazón. Hace unos meses pensaba que la Iglesia tenía muchos santos, quizá más que sacerdotes con verdadera vocación; hoy la vida me dice: cálmate tantito.
No sé qué me emocionó más: si conocer al primer santo milenial o presenciar, por televisión, la canonización de Carlo Acutis junto con Pier Giorgio Frassati, quien falleció en 1925 a causa de poliomielitis.
En la transmisión de la ceremonia se observó a Antonia, la madre de Carlo, en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano. Cuando la veía, pensaba: perder a un hijo es un dolor inimaginable, y ahora sus lágrimas reflejan que Carlo, de su corazón, se ha convertido en santo.
Según los videos que vi sobre la vida del también llamado “influencer de Dios”, Carlo decía que estaba destinado a morir joven y, en sus últimos días, ofreció su sufrimiento por la Iglesia y por el Papa. Llamaba a la Eucaristía “la autopista al cielo”, y esa frase se me quedó grabada.
No lo niego: esto tocó las fibras de mi corazón aún católico. Estoy convencida de que los santos interceden y que los milagros vienen de Dios, pero esta historia me ha conmovido tremendamente y me ha llevado a reflexionar todo el fin de semana.
No sé si la canonización de Carlo Acutis sea una estrategia para acercar a los jóvenes a una religión con cada vez menos seguidores. Lo único que deseo es que encuentren en él una puerta a la espiritualidad, un ejemplo de ayuda al prójimo; que comprendan que las redes no son para destruir, sino para construir. Que descubran que se puede tener un propósito en la vida —grande o pequeño—, siempre que nazca del amor.
Ojalá que la Iglesia católica, lejos de lucrar, vea en Carlo un compromiso de trabajar con los jóvenes en cada aspecto de la vida y encamine una verdadera renovación espiritual.