En el tintero
Por Jessica Rosales
Cada fin de año, los más populares de la escuela o los más agraciados físicamente están a la espera de conocer quiénes serán electos como el rey y la reina de la generación. Después de la graduación, es el baile más importante del año y los estudiantes esperan que sea un momento para recordar.
En Saltillo una institución decidió dar un giro a esta tradición. Se trata de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila.
Brandon Valdés y César Cortés fueron electos por votación de los alumnos como rey y rey de la institución educativa, recibieron su cetro, corona y banda.
El objetivo era impulsar la inclusión, la diversidad y dejar atrás los estereotipos.
Como mexicanos deberíamos estar orgullosos de que los jóvenes den el ejemplo en temas de gran trascendencia como la inclusión, la tolerancia, el respeto y, con ello, erradicar la discriminación.
Sin embargo, la realidad en México es distinta. El hecho desató toda serie de calificativos homofóbicos por ser dos hombres los portadores de estas coronas.
¿Por qué el hecho de que fueran dos hombres los protagonistas del baile significa que sean homosexuales? Y aunque fuera así, ¿por qué todo lo que tiene que ver con la participación de la comunidad gay se toma en un contexto sexual o perverso?
México ocupa el segundo lugar en el mundo, después de Brasil, en crímenes contra la comunidad LGBTTTI. En los últimos 19 años se han registrado mil 218 homicidios, según informó la Comisión Ciudadana contra los Crímenes de Odio por Homofobia (CCCOH).
La Facultad de Comunicación en Saltillo no es la primera ni la única en hacer este ejercicio. Este año, la Andover High School, en Massachusetts, eliminó la elección del rey y la reina y, en su lugar, los jóvenes votaron por una corte de baile, en la que pueden ser ganadores estudiantes del mismo sexo. En la primera edición, dos chicos fueron seleccionados por sus compañeros.
¿Realmente a alguien le afecta que dos hombres sean coronados reyes? ¿Y si fueran dos reinas? Estamos inmersos en una sociedad intolerante, que ha confundido la libertad de expresión con el libertinaje, generando mensajes de odio que sólo provocan violencia. Violencia en la que crecerán nuestros hijos.